
ETA ha decidido el cese definitivo de su actividad armada. Después de casi medio siglo de lucha y sangre derramada se empieza a vislumbrar el fin del conflicto terrorista en Euskadi. Apenas tres días después de la Declaración de Aiete, de la que ya comenté mi punto de vista, la organización terrorista ha aprovechado dicha coyuntura, tal y como era su deseo, al apostar por la intermediación internacional en el proceso que llevará a la paz. Han sabido anotarse un tanto en su marcador particular.
La pelota está ahora en el tejado de los políticos debido a la inmediatez en proclamar públicamente el abandono de las armas y solicitar diálogo con los gobiernos de España y Francia, tal y como solicitaron los expertos internacionales. Ahora deben aceptar la iniciación de conversaciones para tratar las consecuencias del conflicto. ¿Pero cuál será el coste de dicho anuncio? ETA solicita explícitamente el reconocimiento de Euskal Herria y el respeto a la voluntad popular como deseos de la mayoría de la ciudadanía vasca. ¿Estaría dispuesto el gobierno de Madrid a acatar dicho reconocimiento y a establecer un referendum popular sobre la autodeterminación de Euskadi? ¿Y los presos? ¿Acaso se permitirá su acercamiento a las cárceles vascas? ¿O incluso se efectuará alguna amnistía? ¿Y los familiares de las víctimas? ¿Reconocerán el posible perdón de los terroristas? ¿Aceptarán concesiones políticas o institucionales que no compartían los fallecidos?
La sociedad vasca se fraccionará durante algunos años por las distintas visiones de este proceso que se va a iniciar. El abandono de las armas se tomará como una victoria de la democracia sobre el terror, o bien será un escalón más hacia la posible independencia vasca, según desde dónde se mire. Y lo que es primordial es que los vascos conozcan y sepan que ellos han sido los verdaderos artífices de la paz tan deseada durante tanto tiempo.
Ahora es el

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